27 may 2012

11 Escandalos para conquistar el corazon de un duque - Sarah MacLean Sarah: Capitulo 1 (español, parte 2)

Aca ta la segunda parte
que lo disfruten!
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Capitulo 1 (parte 2)

La puerta se cerró detrás de él con un suave clic, y estaban solos.
La desesperación aumentó, empujándola al movimiento, y ella luchó por la puerta cercana, ávida por escapar. Sus dedos buscaron a tientas la manija.
-Yo no lo haría si fuera tú.
Las palabras calmas y frías la molestaron, ya que cortaron a través de la oscuridad.
Había habido un momento en que él no había estado tan al margen de ella.
Antes de que ella hubiera jurado no volver a hablar con él de nuevo.
Ella tomó una respiración rápida, estabilizadora, negándose a permitir que él tomara la satén por el mango.
-Aunque le doy las gracias por la sugerencia, Su Gracia. Usted me perdonará si no lo sigo.

Agarró la manija, haciendo caso omiso de la picadura en su mano por la presión de la madera, y desplazo
su peso para liberar el pestillo. Él se movió como un rayo, inclinándose sobre ella y la puerta cerrada con poco esfuerzo.
-No era un consejo.
Golpeó el techo del carro dos veces, con firmeza y sin vacilación. El vehículo se movió al instante, como si eso solo dirigiera su curso, y Juliana maldijo a todos los cocheros bien entrenados al caer hacia atrás, capturando su pie en la falda de su vestido, rasgándose aun más el satén. Ella dio un respingo al oír el sonido, todo muy fuerte en el silencio pesado, y se pasó la palma de la mano sucia con nostalgia por la tela preciosa.
-Mi vestido está en ruinas. - Ella tuvo el placer de lo que implicaba que hubiera tenido una excusa para algo  de lo que paso con ella. Él no necesitaba conocer que el vestido se había arruinado mucho antes de que ella aterrizara sobre sí misma en su carruaje.

-Sí. Bueno, puedo pensar cualquier número de formas en las que podrías haber evitado una tragedia esta noche. - Menciono las palabras con nula contrición.
-Yo no tenía muchas opciones, ya sabes. - Ella inmediatamente se odiaba a sí misma por haberlo dicho en voz alta.
Sobre todo a él.
Él volvió la cabeza hacia ella cuando un poste de luz en la calle más allá emitía un haz de luz a través de la ventanilla del coche, dejándolo en relieve.
Ella trató de no fijarse en él. Trató de no darse cuenta de cómo cada centímetro de él llevaba la marca de su excelente cría, de su aristocrática historia de largos patriciosnariz recta, el cuadrado perfecto de su mandíbula, los altos pómulos que deberían haberlo hecho parecer femenino pero que parecía que lo hacian más atractivo.
Ella dio un pequeño resoplido de indignación.
El hombre tenía pómulos ridículos.
Pero nunca había conocido a alguien tan guapo.
-Sí, - arrastro bastante las palabras, -me imagino que es difícil tratar de estar a la altura de una reputación como la suya.
La luz desapareció, reemplazada por el aguijón de sus palabras.
Nunca había conocido a nadie que fuera un asno en el momento apropiado.

Juliana estaba agradecida por su oscuro rincón del carruaje y retrocedió allí luego de su insinuación. Estaba acostumbrada a los insultos, a la especulación ignorante que venia con su ser la hija de un comerciante italiano y una caída marquesa inglesa que abandono a su marido y sus hijos... y desestimó a la élite de Londres.

Lo último era la único de las acciones de su madre por la que Juliana tuvo siquiera un atisbo de admiración.
A ella le gustaría decirle a todo el lote de ellos donde podrían poner sus normas aristocráticas.
Comenzando con el duque de Leighton. ¿Quién dijo que fue lo peor de su suerte?
Pero él no había sido así desde el principio.
Empujó a un lado el pensamiento.
-Me gustaría que detenga el carro y me deje salir.
-¿Supongo que esto no va por el camino que tenía planeado?
Hizo una pausa.
-¿La forma en que yo lo tenía... planeado?
-Vamos, señorita Fiori. ¿Cree que no sé cómo su juego tenía que haberse jugado? Usted, descubierta en mi carro vacío en la perfecta ubicación para una cita clandestina... ¿en las escaleras de la casa ancestral de su hermano, durante uno de los mejores eventos a los que se asistió en las últimas semanas?
Sus ojos se ensancharon.
-¿Cree que yo...?
-No. Yo sé que usted está tratando de atraparme en matrimonio. Y por su aspecto, me hace suponer que su hermano no tiene conocimiento, considerándola lo estúpida que es, podría haber funcionado en un hombre de con un título menor. Pero le aseguro que no va a funcionar en mí. Yo soy un duque. En una batalla con la que su reputación, podría sin duda ganar. De hecho, me hubiera dejado arruinarla a usted misma con bastante facilidad si doy la vuelta hacia Ralston House, pero, por desgracia, estoy en deuda con su hermano por el momento. Se lo habría merecido por esta pequeña farsa.

Su voz era tranquila y firme, como si hubiera tenido esta conversación en particular en innumerables ocasiones antes, y ella no era más que un menor de edad inconveniente... una mosca en su tibia, poco comida sopa de mariscos, o lo que fuera que la aristocrática británica snobs consumía con cucharas de sopa.
De todo lo pomposo arrogante...
La furia la quemo, y Juliana apretó los dientes.
-De haber sabido que éste era su vehículo, lo habría evitado a toda costa.
-Increíble, entonces, que de alguna manera se haya perdido el gran sello ducal en el exterior de la puerta.
El hombre era exasperante.
-Es increíble, de hecho, ¡porque estoy segura que el sello en la parte exterior de su carro rivaliza con su presunción de tamaño! Le aseguro, Su Gracia, - escupió el título honorífico, como si fuera un epíteto. -Si yo estuviera buscando marido, me gustaría que sea alguien que tenga más que la recomendación de un título de fantasía y un falso sentido de importancia. - Ella escuchó el temblor de su voz, pero no pudo detener el torrente de palabras saliendo de ella. -Está tan impresionado con su título y posición, es un milagro que no tenga la palabra 'Duque' bordado en hilo de plata en todos sus trajes. Por la forma en que se comporta, se podría pensar que en realidad hubiera hecho algo para ganarse el respeto de estos ingleses necios en vez de haber sido engendrado, del todo por casualidad, en el momento adecuado y por el hombre correcto, imagino que es exactamente igual que todos los demás hombres. Sin delicadeza.

Ella se detuvo, los latidos de su corazón sonaban altos en su orejas con las palabras colgando entre ellos, su eco pesado en la oscuridad. Senza finezza. Fue sólo entonces se dio cuenta de que, en algún momento de su diatriba, ella había cambiado al italiano.
Ella sólo podía esperar que él no hubiera entendido.
Hubo un largo trecho de silencio, un gran vacío que amenazo su salud mental. Y entonces el coche se detuvo. Se sentaron allí por una interminable momento, aún como una piedra, se preguntaba si podría
permanecer allí en el vehículo por el resto del tiempo, oyó el desplazamiento de la tela. Él abrió la puerta de par en par.
Ella escucho el sonido de su voz, apagada y oscura y mucho, mucho más cerca de lo que esperaba.
-Sal del carruaje.
Hablaba italiano.
Perfectamente.
Tragó saliva. Bueno. Ella no estaba iba a disculparse. No después de todas las cosas terribles que había dicho. Si él la iba a tirar del carro, que así sea. Ella iba a regresar. Con orgullo.
Quizás alguien sería capaz de apuntar en la dirección correcta.
Se deslizó por el suelo del coche y salio al exterior, esperando por completo ver que la apertura de la puerta se cerraba detrás de ella. En su lugar, él la siguió, haciendo caso omiso de su presencia a medida que avanzaba por las escaleras de la casa más cercana. La puerta se abrió antes de que llegara al escalón más alto.
Como si las puertas, como todo lo demás, se inclinaran a su voluntad. Ella vio como entraba en el hall de entrada iluminado, más allá un gran perro marrón fue para darle la bienvenida con exuberancia alegre.
Bueno. Esto iba en contra de la teoría de que los animales podían oler el mal carácter.
Ella sonrió ante la idea, y él se volvió a mitad de camino casi al instante, como si hubiera hablado
en voz alta. Sus rizos dorados eran una vez más en el elenco alivio de la angélica, cuando él dijo:
-Dentro o fuera, señorita Fiori. Usted está poniendo a prueba mi paciencia.
Ella abrió la boca para hablar, pero ya habia desaparecido de la vista. Por lo que eligió el camino de menor resistencia.
O, al menos, el camino que era menos probable que terminara en su ruina en una acera de Londres en la mitad de la noche.
Ella lo siguió.
Cuando la puerta se cerró detrás de ella y el lacayo se apresuró a seguir a su señor a cualquier lugar y el carruaje se fue, Juliana hizo una pausa en la iluminada entrada, mirando el ancho vestíbulo de mármol y los espejos dorados en las paredes que sólo servían para hacer que el gran espacio pareciera más enorme, había media docena de puertas que conducían a uno y otro lado, y un pasillo largo y oscuro que se extendía profundamente en la casa.
El perro se sentó en la parte inferior de la amplia escalera que conducía a los pisos superiores de la casa, y bajo su control canino en silencio, Juliana fue de repente, embarazosamente consciente del hecho de que estaba solo en la casa de un hombre.
Sin escolta.
Con la excepción de un perro.
Que ya había sido revelado como un juez muy pobre de carácter.
Callie no lo aprobaría. Su cuñada específicamente le advirtió que ella evitara situaciones de este tipo. Temía que los hombres se aprovecharan de una mujer joven italiana con poca comprensión de las costumbres británicas.
-He envió un mensaje a Ralston para que venga a buscarla. Usted puede esperar en el...
Levantó la vista y se detuvo en seco, se encontró con su mirada, que se nubló con algo que, si no lo supiera mejor, podría llamarse preocupación.
Ella, sin embargo, lo sabia mejor.
-¿En el? - Le pidió ella, preguntándose por qué se estaba moviendo hacia ella a un ritmo alarmante.
-Dios mío. ¿Qué te pasó?
*****
-Alguien te atacó.
Juliana vio como Leighton sirvió dos dedos de whisky en un vaso de cristal y dirigió la bebida hacia donde ella estaba sentada en una de las sillas de cuero de gran tamaño en su estudio. Le alcanzo el vaso, y ella sacudió la cabeza.
-No, gracias.
-Usted debe tomarlo. Encontrará que es calmante.
Ella lo miró.
-Yo no tengo la necesidad de calmarme, Su Gracia.

Su mirada se redujo, y se negó a mirar a otro lado, vio el retrato de la nobleza inglesa en él, alto, con una buena apariencia casi insoportable y una expresión de total y absoluta confianza que nunca en su vida había sido cuestionada.
Nunca, hasta ahora.
-¿Niega que alguien la atacó?
Ella se encogió de hombros sin hacer nada, permaneciendo tranquila.
¿Qué podía decir? ¿Qué podía decirle que no se volvería contra ella? Le diría, en ese tono imperioso y arrogante, que si hubiera sido más como una dama... si hubiera tenido más cuidado de su reputación... si se hubiera comportado más como una inglesa y menos como una italiana... todo eso no tendría que haber pasado.
Él la trataría como todos los demás.
Tal como lo había hecho desde el momento en que descubrió su identidad.
-¿Importa? Estoy segura de que va a decidir que organice toda la noche con el fin de atrapar a un marido. O algo igualmente ridículo.
Ella había tenido la intención de que las palabras lo enfurecieran. Ellas no lo hicieron. En cambio, él la rastrillo con una mirada larga y fría, deteniéndose en su cara y en los brazos, cubiertos de arañazos, su
vestido arruinado, roto en dos lugares, manchado de suciedad y la sangre de sus palmas anotadas. Uno de los lados de su boca se torció en lo que imaginaba que era algo parecido al asco, y ella
no pudo resistirse a decir:
-Una vez más, me demuestro menos digna de su presencia, ¿verdad?
Se mordió la lengua, deseando no haber hablado.
Se encontró con su mirada.
-Yo no he dicho eso.
-No tenía que hacerlo.
Echó hacia atrás el whisky cuando un suave golpe sonó en la puerta entreabierta de la habitación. Sin
apartar la mirada de ella, el duque gritó:
-¿Qué pasa?
-He traído las cosas que usted solicito, Su Gracia.
Un siervo entro en la habitación con una bandeja llena con una cuenca, vendas, y varios recipientes pequeños. Él estableció la carga sobre una mesa baja cercana.
-Eso es todo.
El criado se inclinó una vez, cuidadosamente, y se marchó cuando Leighton fue hacia la bandeja. Ella vio como levantó una toalla de lino, sumergiéndola en un borde de la cuenca.
-No le dio las gracias.
Lanzo una mirada sorprendida hacia ella.
-La noche no me ha exactamente puesto en un pensamiento de agradecimiento en la mente.
Ella se puso rígida ante su tono, al oír la acusación allí.
Bueno. Ella podría ser difícil también.
-Sin embargo, él le hizo un servicio. - Ella hizo una pausa para el efecto. -No darle las gracias te hace glotón.
Hubo un segundo antes de que su significado se convirtiera en claro.
-Grosera.
Agitó una mano.
-Lo que sea. Un hombre diferente le hubiera dado las gracias.
Él se acercó a ella.
-¿No te refieres a un hombre mejor?
Sus ojos se abrieron en la inocencia fingida.
-Nunca. Usted es un duque, después de todo. Sin duda, no hay nadie mejor que usted.
Las palabras fueron un golpe directo. Y, después de las terrible cosas que le había dicho a ella en el carruaje, uno bien merecido.
-Una mujer diferente se daría cuenta de que ella esta llena de deuda conmigo y tendría más cuidado con sus palabras.
-¿No quiere decir una mujer mejor?
Él no contestó, en su lugar tomo asiento enfrente de ella y extendiendo su mano, la palma hacia arriba.
-Dame tus manos.
Las aferró cerca de su pecho, cautelosa.
-¿Por qué?
-Ellas están magulladas y ensangrentadas. Necesitan limpieza.
Ella no quería que él la tocara. No confiaba en sí misma.
-Ellas están muy bien.
Le dio un gruñido, frustrado, enviando un escalofrío a través de ella.
-Es cierto lo que dicen de los italianos.
Ella se puso rígida ante las palabras secas, con la promesa de un insulto.
-¿Que somos superiores en todos los sentidos?
-Que es imposible que pueda admitir la derrota.
-Un rasgo que le sirvió muy bien a César.
-¿Y cómo esta el Imperio Romano yendo estos días?
El tono casual, superior le daba ganas de gritar. Epítetos. En su lengua nativa.
Hombre imposible.
Se miraron el uno al otro durante un largo minuto, ninguno dispuesto a dar marcha atrás hasta que finalmente él habló.
-Su hermano, la vera aquí mismo, en cualquier momento, señorita Fiori. Y va a estar lo suficientemente furioso sin ver sus palmas de las manos con sangre.
Ella entrecerró los ojos en su mano, ancha, larga y con secreción de fuerza. Tenía razón, por supuesto. No tenía más remedio que renunciar.
-Esto va a doler. - Las palabras eran su única advertencia antes de que él pasara el pulgar sobre la palma en voz baja, investigando la piel herida allí, ahora incrustada en sangre seca. Ella contuvo el aliento con el toque.
Él la miró.
-Disculpa.
Ella no respondió, en lugar hizo una demostración de investigación de su otra mano.
Ella no le dejó ver que no era el dolor lo que le daba dificultad para respirar.
Ella lo esperaba, por supuesto, lo innegable, la reacción no deseada que amenazaba cada vez que
lo veía. Que surgía cuando él se acercaba.
Se asqueo. Ella estaba segura de ello.
Ella ni siquiera apoyaría la posibilidad alternativa.
Intento una evaluación clínica de la situación, Juliana se miró las manos, casi entrelazadas. La sala al instante se hizo más caliente. Tenía las manos enormes, y fue observando los dedos, largos y cuidados, espolvoreados con pelos finos de oro.
Corrió un dedo suavemente sobre la contusión que había aparecido en su muñeca, y miró hacia arriba para encontrarlo también mirando a la piel color púrpura.
-Usted me dirá quien le hizo esto.
Tenia una certeza fresca en sus palabras, como si supiera que iba a hacer su voluntad, y, a su vez, manejara la situación. Pero Juliana lo sabía mejor. Este hombre no era un caballero. Él era un dragón. El líder de
ellos.
-Dígame, Su Gracia. ¿Cómo es creer que su voluntad no existe más que para hacerse cumplir?
Su mirada voló hacia ella, oscureciéndose con irritación.
-Usted me lo dirá, señorita Fiori.
-No, no lo haré.
Ella le devolvió la atención a sus manos. Juliana a menudo no se sentía delicada... era mucho más alta que casi la totalidad de las mujeres y muchos de los los hombres en Londres, pero este hombre la hacía sentir pequeña.
Su pulgar era apenas más grande que el más pequeño de su los dedos, el que llevaban el anillo con un sello de oro y ónix la prueba de su título.
Un recordatorio de su posición.
Y de lo lejos que debajo de él creía que ella estaba.
Ella levantó la barbilla con el pensamiento, la ira y el orgullo y el dolor la quemaban en una carrera caliente de sentimientos, y en ese preciso momento, él tocó la piel de la palma de su mano con la tela de lino húmedo. Abrazó la distracción del dolor punzante, silbando una malvada maldición italiana.
No se detuvo cuando él dijo:
-Yo no sabía que esos dos animales podrían hacer tal cosa juntos.
-Es de mala educación de su parte escuchar.
Miro ese cabello de oro luego de decir esas palabras.
-Es más bien difícil no escuchar si está a escasos centímetros de mí, gritando su malestar.
-Las damas no gritan.
-Parece que las damas italianas lo hacen. En particular, cuando están bajo tratamiento médico.
Ella se resistió a la tentación de sonreír.
Él no era divertido.
Él bajó la cabeza y se concentró en su tarea, enjuagando el paño de lino en la cuenca de agua limpia. Ella
se estremeció cuando el tejido fresco volvió a fregar su mano, y dudó brevemente antes de continuar.
La pausa momentánea la intrigaba. El Duque de Leighton no era conocido por su compasión. Era conocido por su indiferencia arrogante, y ella estaba sorprendida de que cayera tan bajo como para realizar una
tarea tan servil como la limpieza de la grava de sus manos.
-¿Por qué haces esto? - Le espetó en la próxima picadura de lino.
No detuvo sus movimientos.
-Te lo dije. Tu hermano va a tener una tarea bastante difícil haciéndole frente a la situación sin ti toda sangrando. Y mis muebles también.
-No.- Ella sacudió la cabeza. -Quiero decir: ¿por qué estás haciendo esto? ¿No tienes un batallón de sirvientes solo esperando para llevar a cabo una tarea tan desagradable?
-Los tengo.
-¿Y qué?
-Siervos en una conversación, señorita Fiori. Yo preferiría que tan sólo unas pocas personas sepan que estás aquí, los dos solos, a esta hora.
Ella era un problema para él. Nada más.
Después de un largo silencio, se encontró con su mirada.
-¿Usted no está de acuerdo?
Ella se recuperó rápidamente.
-No, en absoluto. No estoy más que asombrada de que un hombre de su riqueza e importancia tendría servidores que chismeen. Uno podría pensar que habría adivinado la manera de despojarse de todo deseo de socializar.
Uno de los lados de su boca se apretó, y negó con la cabeza.
-A pesar de que te estoy ayudando, estás buscando formas de herirme.
Cuando ella respondió, su tono era grave, sus palabras ciertas.
-Perdóneme si soy cuidadosa de su buena voluntad, su Gracia.
Sus labios se apretaron en una línea delgada y recta, y él alcanzo su mano, repitiendo sus acciones.
Ambos vieron mientras limpiaba la sangre seca y la grava de la palma de su mano, revelando rosa licitación
de carne, que tardaría varios días en sanar.
Sus movimientos eran suaves pero firmes, y el golpe de la ropa en la piel erosionada creció más tolerable
mientras limpiaba las heridas. Juliana vio como un rizo de oro le caía sobre la frente. Su aspecto era, como siempre, duro e inmóvil, como una de las estatuas de mármol preciadas de su hermano.
Ella se inundó con un deseo familiar, uno que se apoderaba de ella cada vez que estaba cerca.
El deseo de romper la fachada.
Ella lo había vislumbrado sin ella dos veces.
Y entonces él había descubierto quién era ella... la media hermana italiana de uno de los más notorios granujas de Londres, hija apenas legítima de una caída marquesa y su marido, comerciante, levantó la barrera de Londres y sus costumbres y tradiciones y reglas.
Lo contrario de todo lo que él representaba.
La antítesis de todo lo que le importaba tener en su mundo.
-Mi único motivo es que llegue a su casa en una sola pieza, con nadie, mas que su hermano, sabiendo de su pequeña aventura de esta noche.
Tiró la ropa en la cuenca del ahora de color rosa agua y levantó uno de los botes pequeños de la bandeja. Él
la abrió, liberando el aroma de romero y limón, y llegó a sus manos una vez más.
Ella se dio por vencida fácilmente esta vez.
-¿Usted realmente no espera que crea que está preocupado por mi reputación?
Leighton metió la punta de un dedo en la amplia olla, concentrándose en sus heridas mientras alisaba la tela a través de su piel. La medicina combatía la picadura quemando su mano, dejando un camino de bienvenida, fresco, donde sus dedos acariciaban. El resultado fue la ilusión irresistible de que su contacto era el precursor del suave placer inundando su piel.
No lo era.
No, en absoluto.
Ella captó su suspiro antes de que la avergonzara. No obstante, él la oyó. Esa ceja de oro subió una vez más, dejándola con su deseo.
Ella cogió su mano. No trato de detenerla.
-No, señorita Fiori. No estoy preocupado por su reputación.
Por supuesto que no lo estaba.
-Estoy preocupado por la mia.
Eso implicaba que encontraba su bienestar vinculado a ella, podría dañar su reputación, tal vez peor porque sus manos la habían tocado antes.
Ella respiró hondo, preparándose a sí misma para su próxima batalla verbal, cuando una voz furiosa sonó desde la puerta.
-Si usted no saca las manos de encima de mi hermana en este instante, Leighton, su preciosa reputación será el menor de tus problemas.


Fin de Capitulo

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